“Varios
vecinos de la feligresía que fué de S. Lorenzo han recurrido á este
Ayuntamiento en solicitud de que se les abra la Iglesia de dicha Parroquia
alegando muy poderosas razones; que el Ayuntamtº. conoce lo justas, lo
religiosas que ellas son y ha procurado calmarles su animo agitado
manifestandoles que no estaba en las atribuciones de esta corporación
entrometerse en este asunto; pero que influirá en el animo del Sr. Gobernador
de este obispado recomendándole la Solicitud que acaban de prestar”.
Este texto que acaban de leer bien pudiera
parecerles reciente, pero en realidad corresponde al acta capitular del cabildo
celebrado en el Ayuntamiento de Úbeda el 7 de agosto de 1843. Desde esta fecha
hasta la actualidad han pasado 169 años y la situación ha cambiado muy poco en
relación a la situación de la iglesia de San Lorenzo. Pero, antes de hablar de
este tema, hagamos repaso a la historia más reciente de este templo…
La parroquia de San Lorenzo (o de San
Llorente) hunde sus raíces en la Baja Edad Media, siendo una de las seis
parroquias intramuros en las que se dividía la ciudad. Ubicada descentrada en
relación con las demás, desde 1740 se vincularía a esta parroquia toda la
población del arrabal de San Juan Evangelista o de los Huertos, que se
localizaba en el entorno de la Puerta de Granada y calle Cotrina.
Sin embargo, ante las necesidades de reformar
la distribución de la población de las diferentes parroquias, en 1842 se
acuerda que las once collaciones existentes desde época medieval quedasen
reducidas a tan sólo cuatro: San Isidoro, San Nicolás, San Pablo y San Pedro (siendo
en ésta última en donde quedarían vinculadas las parroquias de San Lorenzo,
Santo Domingo y Santa María -que años después recuperaría su primacía sobre las
demás, atendiendo a su tamaño y a la magnificencia de su arquitectura-).
¿Qué ocurrió con el resto de los templos
cuyas parroquias fueron suprimidas? Su suerte fue dispar. Las iglesias de Santo
Tomás, San Juan Evangelista y San Juan Bautista, al perder sus ingresos
económicos, pronto quedaron convertidas en un montón de piedras ruinosas hasta
el punto de que apenas quedan huellas arqueológicas de ellas (tan sólo algunos
restos medievales de Santo Tomás, los cuales podrían ponerse en valor y
explotarse turísticamente).
En cuanto a las iglesias de San Millán, San
Pedro, Santo Domingo y San Lorenzo, éstas lograron sobrevivir funcionando como
ayuda de las parroquias a las que habían quedado vinculadas, manteniéndose un
culto semanal y convirtiéndose en lugares de veneración de reliquias e imágenes.
De cualquier forma, su supervivencia no fue cosa casual puesto que en parte
contaron con la ayuda de los propios vecinos, o contaron con la presencia de un
devoto mecenas que costeaba los gastos de las diversas reparaciones (como
sabemos, en los últimos años la conservación de la iglesia de San Millán recae
directamente en la Cofradía de La Soledad, quien por estos días está llevando a
cabo una campaña para lograr la rehabilitación de la torre del templo).
Pero volvamos al caso de San Lorenzo. Mandada
cerrar al culto por el gobernador eclesiástico el 6 de junio de 1843, las
campanas continuarán con su repique y los feligreses acudiendo al templo para
la misa del domingo, haciendo caso omiso a las órdenes impuestas. A fin de
evitar disturbios coincidiendo con la fiesta del santo, el 7 de agosto de ese
mismo año se decide suspender la festividad e interrumpir el traslado de la imagen
del titular a la iglesia de Santo Domingo.
Gracias al celo de sus parroquianos, el
templo volvería a abrir al culto para la celebración de las misas dominicales
en 1844. De cualquier modo, su futuro era incierto pues en 1855 se plantea la
posibilidad de que el templo se reconvirtiera en hospital improvisado en caso
de que la ciudad fuera invadida por la epidemia del cólera; este mismo año
incluso se plantea su demolición “no solo
para evitar peligros, sino porque convendrá hacerlo asi un dia para mejorar el
aspecto publico de aquel ángulo de la población”. Con todo, hemos de
agradecer que no se llevara a cabo esta ‘mejora’ para la ornamentación de este
espacio urbano.
Lo que sí se llevaría a cabo sería el
progresivo desvalijamiento del templo. Así, en 1859 se reclaman una de las tres
campanas que poseía la iglesia para sustituir la campana del reloj de las Casas
Consistoriales; en 1888, el Prior Monteagudo toma de aquí una pila bautismal de
mármol (que quizás procediera de la arruinada iglesia de San Juan Evangelista)
para trasladarla a Santa María, en donde se encuentra en la actualidad.
Igualmente Ruiz Prieto menciona que en los últimos años de siglo se habían
trasladado a la Iglesia de San Pedro diversas piezas, como las cajoneras de la
sacristía; a cambio se traería de allí la imagen de yeso del Cristo del
Soldado, que se ubicaría en el retablo del altar mayor.
En los primeros años del siglo XX el templo
se encontraba abierto al culto como ayuda de la parroquia de Santa María,
estando servida por un capellán. Sin embargo, todos los enseres que aún
quedaban en el templo fueron perdidos definitivamente tras la Guerra Civil de
1936, fecha tras la cual el templo sirvió de alojamiento para familias gitanas
y, posteriormente, como almacén y taller.
Y llegamos a nuestros días. Olvidada por el
Obispado de Jaén, su legítimo y descuidado dueño, y ante el avanzado estado de
ruina del templo en los últimos años, el consistorio municipal reclamaría la
intervención en el inmueble para asegurar su conservación; incluso propondría
la permuta del templo por unos terrenos en la zona nueva de la ciudad.
Sin embargo, la postura adoptada por el
Obispado y la incapacidad del Ayuntamiento de Úbeda para solventar el problema
daría como resultado el rebrote de un sentimiento de defensa del patrimonio
ubetense. Así, como ya había ocurrido en 1843, un grupo anónimo de ciudadanos
se congregaron para poner velas en la calurosa noche del 10 de agosto, y
recordar a los medios de información que la iglesia de San Lorenzo estaba allí,
que su ruina era avanzada, y que es necesario intervenir para evitar su
desaparición.
¿Y
porqué? Porque estos ubetenses no quieren perder más elementos de la historia y
del arte de su ciudad. Úbeda tiene mucho patrimonio pero es más lo que ha
perdido, tanto durante el demoledor siglo XIX (Convento de San Andrés o el de
La Coronada, las Iglesias de los San Juanes y Santo Tomás, la Puerta de Toledo
o el Postigo de la Calancha, por citar algunos ejemplos), e incluso durante el
siglo XX (demolición de los restos del Convento de San Juan de Dios y de la
iglesia de la Victoria, venta y traslado del Palacio de los Saro y Casa de la
Teda, explosión de la Ermita de Madre de Dios del Campo, derribo del Teatro
Principal…).
¿Queremos sumarle a esta lista negra la
iglesia de San Lorenzo, cuya silueta domina uno de los espacios más
encantadores de nuestra ciudad? ¿Es esa la imagen que queremos ofrecer a los
turistas que vienen a una Ciudad Patrimonio Mundial, demostrar nuestra
incapacidad para conservar el patrimonio heredado? ¿Y a estos turistas, tendremos
algo que ofrecerles o solamente podrán ver fotos de aquello que hubo y no
supimos defender?
Por todo ello, de nuevo se alzan voces para
pedir la restauración de la iglesia. Ya es hora. Es la hora de San Lorenzo…